SOCIEDAD

¿Cómo funciona el primer dispositivo del país para atender la salud de las personas trans?

Desde hace 16 años, Adrián Helien coordina el Grupo de Atención de Personas Transgénero en el Hospital Durand.

“Identidad, la revolución del género” se llama la serie documental de 10 episodios ─disponible en la plataforma pública CONTAR.AR─ que recupera las historias de vida y de lucha de personas trans pero también del equipo profesional interdisciplinario del Grupo de Atención de Personas Transgénero (Gapet), que desde el año 2005 funciona en el Hospital Durand. Testimonios que evidencian un camino arduo por despatologizar y validar relatos en la sociedad en general y en el campo de la salud pública en particular.

“Al comienzo el Gapet fue resistido. Recuerdo que el comentario de los colegas del hospital era: `Pero dónde los vas a atender? Mirá que no queremos problemas con esa gente´ o `¿Los vas a atender con las personas?´. Hasta hoy, que tenemos un servicio propio en el sexto piso del Pabellón Romano del Durand y todo el personal médico y no médico reconoce lo que hacemos y lo califica. Pasó mucho tiempo, 16 años de trabajo sostenido y nos ganamos ese espacio. Finalmente, el servicio está integrado a la realidad del hospital”. Adrián Helien habla orgulloso. Es el médico psiquiatra especializado en sexología clínica y educación sexual coordinador del Gapet y del Grupo de Atención de la Niñez y Adolescencia Transgénero (Ganat), que a partir de 2016 se sumó para acompañar especialmente a niñeces y adolescencias trans.

– ¿Por qué hizo falta formar equipos para atender a personas trans?

– Como psiquiatra del Hospital Durand noté que nadie atendía a personas transgénero antes de 2005. No existía un equipo que se ocupara de la salud trans de manera integral. Así, las personas trans eran expulsadas del sistema de salud y no volvían salvo situaciones de emergencia. Me lo cuestioné, lo sentí una injusticia y empecé a armar un grupo interdisciplinario con la premisa de escuchar y validar relatos que la medicina negaba, invalidaba o patologizaba.

– ¿Qué cambios puede señalar en estos 16 años de trabajo? Sobre todo a partir de la sanción de la Ley de identidad de género.

– Avanzamos. La Ley de Identidad marca un antes y un después. Por ejemplo, las personas que concurrían al Gapet tenían un promedio de edad arriba de los 30 años, cerca de los 40. Las consultas después fueron promediando debajo de los 18 años y en descenso. Es decir, las consultas que más aumentaron fueron en la adolescencia y niñez. Antes además consultaban más mujeres trans, en cambio ahora en la adolescencia hay más consultas de varones trans. Y otro cambio que notamos son las consultas en aumento de personas no binarias, o sea quienes no se identifican ni quieren identificarse como varones o mujeres. Las categorías de varón/mujer dejaron de alcanzar para definir a las personas y ese es todo un cambio de paradigma.

– ¿Cómo se aborda la atención de las niñeces y adolescencias trans desde un hospital?

– El dispositivo para niñeces y adolescencias es distinto al dispositivo para personas adultas. Se requieren especializaciones diferentes. En general niños, niñas, niñes y adolescentes trans ingresan por pediatría y luego intervienen profesionales de Trabajo Social, porque siempre se articula con el contexto que incluye a las familias y al colegio. Asimismo, en ciertas adolescencias se consensuan tratamientos hormonales con especialistas en endocrinología infanto-juvenil.

– ¿Qué situaciones suelen darse con las familias?

– En general el trabajo con las familias es sobre la aceptación. Hay familias que se asombran, que no entienden, que les cuesta acompañar. Pero como siempre digo: la aceptación en las niñeces y adolescencias salva vidas. En chicos, chicas y chiques que no son aceptados aumenta por ocho el riesgo de suicidio, o aumenta seis veces el riesgo de padecer depresión. La identidad es el derecho humano más básico de las personas y si se niega tu identidad resulta muy difícil encarar la vida. Hay una gran dependencia en la infancia, dependemos del afecto y de la crianza dentro del grupo familiar primario y eso es importantísimo.

– ¿Qué pasa con la formación de los y las profesionales de la salud? ¿Cómo es entendida y aprendida la medicina?

– La medicina sigue sin incluir a las personas trans. La formación médica está pensada para personas cisgénero ─cuando la identidad de género está alineada con el sexo asignado al nacer─. Se piensa en mujeres y varones definidos a partir de un cuerpo, de una biología. Y esta formación jerarquiza a las personas cisgénero sobre las personas trans. La formación médica, entonces, es biologista y cisnormativa. Por eso en la facultad de Medicina se da por sentado que nuestros pacientes van a ser cisgénero y no se habla nada de salud transgénero. La Ley de Identidad de Género provocó cambios en la praxis, pero no en la formación médica. Se sigue recibiendo la misma información, que tiene como principio invisibilizar a esta población.

– ¿Cómo impactó en el Hospital Durand la creación del Gapet y del Ganat?

– Somos reconocidos como grupo de trabajo pero nos falta un reconocimiento oficial sobre el que estamos luchando desde hace años. Por ejemplo, yo estoy por jubilarme; necesitamos que haya un nombramiento para que el servicio continúe cuando me vaya. Ya tenemos un lugar físico, real, pero seguimos luchando por ser reconocidos por el Ministerio de Salud y por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Falta voluntad política, porque no se necesita un tomógrafo que cuesta millones de dólares. Un nombramiento no genera mucho movimiento de dinero, es una estructura posible que nos jerarquizaría como trabajadores y daría una permanencia al servicio que ya demostró que es necesario y que viene a cumplir con una ley. Solo se requiere decisión política.

– En el documental hace hincapié en la importancia de valorizar la escucha de relatos.

– En medicina, los relatos de las personas trans siempre cayeron en un lugar patologizante, de enfermedad: el que no era varón o mujer normativa tenía un problema. La psiquiatría por ejemplo castigó, problematizó y persiguió a la diversidad. Basta recordar cómo la homosexualidad fue considerada una patología hasta 1990 para la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es una triste historia. Se festeja la despatologización pero tenemos que acordarnos de que primero hubo médicos que patologizaron al que no era varón ni mujer heterosexual. Y esto ocurrió ayer nomás. Escuchar a las personas trans es el cambio, validar sus relatos porque son sujetos de enunciación que nos dicen que lo que nosotros creíamos que era de una manera es realmente de otra.

– Por eso la idea de “revolución”…

– Es que tenemos que poder aceptar que cambió todo. Entender a un varón como una persona con pene, no va más. Un varón puede tener pene o vagina, una mujer puede tener pene o vagina. ¿Por qué? Porque el cuerpo no define la identidad. La identidad la define la autopercepción. Y si hay personas no binarias, hay cuerpos no binarios. Y si un varón trans puede quedar embarazado hay otra sexualidad reproductiva. Entonces empiezan a caer como fichas de dominó un montón de conceptos que en medicina se dieron como inamovibles. Esa es la revolución. Cambios que hasta legalmente ya están reconocidos pero que en la formación médica todavía no se hablan.

– ¿Cuáles cree que son los desafíos en el sistema de salud?

– Todo está pensado y armado en función de personas cisgénero. Cuando hacemos tratamientos hormonales en personas trans por ejemplo, ¿cuáles son las variables? Porque las variables que se usan de laboratorio son siempre para personas cis. Pero si yo soy una mujer trans, porque al nacer me asignaron varón según mi biología, y empiezo a cambiar hormonalmente y a feminizar mi cuerpo, ¿dónde está la tabla de referencia para hacer un estudio comparativo sobre mis valores? Estas situaciones obligan a barajar y dar de vuelta. Por eso creo que todas las sociedades de medicina van a tener que escribir nuevos capítulos. No sé si se trata de un movimiento mayoritario, pero seguro es irreversible.

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