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Palmeiras se hizo fuerte de visitante

El Verdão goleó al equipo de Gallardo y lo dejó al borde de la eliminación de la Libertadores.

River podrá quedar afuera de esta Copa Libertadores en semifinales -y seguramente así suceda-, pero no tendrá demasiado para reprocharse. Sí tal vez a Carrascal, un irresponsable al que por situaciones como las de ayer aún se lo ve tan verde como la camiseta de Palmeiras. Tal vez sí a Robert Rojas, que no escuchó a Gallardo el sábado a la salida de la cancha de Boca y todavía no tiene la inteligencia necesaria para ser el marcador central titular de este equipo. Tal vez a la directiva por cierta falta de astucia para evitar la merma de jerarquía que sufrió el plantel en los últimos tiempos, muy difíciles también por cierto. Por lo demás, qué se puede decir de un equipo que intentó desde el primer minuto y que no resignó su estilo ante el rival más difícil y mañoso y copero que enfrentó en esta edición de la Copa.

Hasta pudo haber ganado el partido River si de entrada tenía otra puntería. En todo caso, lo que se vio anoche fue la exageración total de las dos patologías que se podían identificar en el equipo: la ineficacia y la falta de solidez defensiva. En el primer tiempo el CARP dominó, impuso condiciones, tuvo situaciones clarísimas. Pero siempre dio la sensación de que una pérdida de pelota era medio gol de Palmeiras. Porque Rojas-Pinola (podemos adivinar que con Paulo Díaz el concepto no cambiaría) hoy no parece la zaga para ganar la Copa, pero sobre todo porque el conjunto de Abel Ferreira tiene en Roni, Scarpa y Adriano tres delanteros picantísimos que fueron un pesadelo para River.

El cóctel entre la falta de eficacia contra el equipo más eficaz de toda la competencia, las inseguridades defensivas, errores individuales insólitos como el de Armani en el primer gol, algo de mala suerte en las dos áreas, chiquilinadas como la de Carrascal… Todo eso da como resultado una casi temprana eliminación de la Copa frente a un rival que fue incomodísimo, por la velocidad de sus atacantes y por la disciplina táctica para defenderse: cuando avanzaba River debía atravesar un Amazonas verde para llegar hasta Weverton.

Y sí, un día iba a pasar. Es una mala noche, torcida, dentro de un ciclo inabarcable, un alfiler que cae en el mar, pero que pincha, que duele, que golpea. Quedará creer en un milagro para una historia que ya estaría sentenciada si en el banco de suplentes de River no estuviera Marcelo Gallardo.

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