Superliga Argentina
Con doblete de Borré, River le ganó 2-1 el clásico a Independiente en Avellaneda, alcanzó a Argentinos en la cima.
Si convencés a tus jugadores de que resignen parte de sus vacaciones para que se entrenen como si estuvieran de pretemporada… antes de comenzar la pretemporada.
Si lográs que ningún futbolista llegue con medio gramo de más. Y que cada uno se meta en la cabeza que la Copa de este primer semestre es una liga, una Superliga.
Si hacés todo eso, ganás. No hay, entonces, casualidades. Que River le haya ganado a Independiente fue producto de la lógica. Sostenida en un trabajo. En un objetivo. En una meta a la que el deté más ganador de la historia del club se decidió a alcanzar. Innovó. Rotó. Sorprendió, River. Y llegó a la punta del campeonato para depender de sí mismo. Todo -a excepción de las nanas de Enzo Pérez y la amarilla a Nacho- fue según lo planeado…
River hace uso táctico de una especie de inteligencia artificial, productiva a partir de la suma de sus talentos individuales. Necesitaba, Gallardo, amalgamar a un equipo que pudiera suplir en conjunto las ausencias de Exequiel Palacios y Nicolás De La Cruz, bajas incómodas para un partido decisivo en el que el deté debió improvisar o, de mínima, innovar. Porque no tenía para jugar en Avellaneda a dos futbolistas que, al aporte colectivo, le aportaron en 2019 un bonus track por desempeño individual: el primero, con pases y recuperaciones; el segundo, por destreza técnica y potencia física.
La línea de 5 flexible, con Casco y Montiel como alas, permitió que hubiera mayor presencia en el medio (Nacho de enlace movedizo, Enzo Pérez como pivote de distribución, el reaparecido Ponzio como salida prolija) sostenida por una defensa de tres compacta pero atenta, a excepción de la falla de Pinola en el empate o algunas dudas mostradas por Díaz, quien luego se redimió con una asistencia para la victoria.
El equipo fue cuerpo y cerebro. Se movió y pensó. Recuperó y atacó. Y fue eficaz. Ejemplos claros, los dos goles. El primero, gracias a la perspicacia de Casco para anticipar a Fernández, buscar a Montiel, de posterior centro a la cabeza de Borré. El segundo, una recuperación que derivó en Paulo, quien le metió copy paste a los pases frontales copyright Martínez Quarta y dejó mano a mano a Rafa.
Independiente quiso, vale decirlo, sorprender a River. Pero fue demasiada efímera la presión intensa que intentó ejercer en los arranques de cada tiempo (en el segundo, hubo premio: el 1-1). Generó, por momentos, una coreografía en sus hinchas: se paraban ilusionados, se sentaban decepcionados. Domínguez rompía pero se perdía, Blanco intentaba pero se mareaba, Leandro Fernández picaba siempre en offside… La inteligencia y enjundia de Silvio Romero, más el empuje de Pablo Pérez, no alcanzaron para sostener la estrategia que Pusineri recién acaba de inculcar, la de la ruptura de líneas y la búsqueda de las sociedades a uno o dos toques.
Gallardo, además de tres puntos que le permiten sostenerse como candidato vigente al gran objetivo, pudo demostrarse a sí mismo que esa idea de ganar tiempo en el receso funcionó. River no sintió la pretemporada. Se movió, con algunas pausas lógicas, como si el tiempo no hubiera pasado. Le dio continuidad a su sprint. Sin Palacios. Sin De La Cruz. Y ganó su primera final: le quedan otras siete…